Aimé, la nieta, conoce el mundo a través de los relatos de su abuela. Solo se hace idea de cómo habrá sido el pasado y si el presente será tan catastrófico como lo cuenta su abuela. Vive precariamente en una cueva y nunca supo exactamente el por qué. Salir de las ideas y conocer el mundo, no es su sueño. Más bien, es una necesidad de conocer la verdad. Verdad, que le fue negada.
“Cubrí mi piel, la luz solo fue visible en mi tiempo por algunos momentos
-Sal si quieres y descubre allí afuera. Corre por si las dudas cuando sientas el alma salir por la boca- me decía mi abuela.
Me despidieron y di rienda a mis pies. En un trayecto, allí estaba lo que llamé: Museo de las raíces. Pues para mí, los arboles no existían.”
Salir del refugio, lleva a Aimé a caer en el abismo de las dudas. ¿Será que realmente no hay árboles? ¿Los seres vivientes tendrán nombre? El mundo que se le presenta es incomprensible. En este punto nace la obra A destiempo, la cual muestra a un nuevo humano, que vive en un tiempo con acontecimientos superpuestos. Allí no hay descanso, no hay comprensión, ni escucha, ni relato. Humanos negando el límite de la vida, cambiando sus huesos por metal.
Sobre esta nueva forma humana en la que la libertad y el discernimiento son arrebatados por un ser que Aimé no puede ponerle nombre (obra inhumanos), se presenta una gran diferencia con la naturaleza del personaje. Siente peligro, se escabulle entre las sombras.
En la sombras están los servidores, los visibles en obligación pero invisibles en derechos (obra los de arriba). Viven entre los desechos y las tinieblas que los de arriba han creado. Humanos reclamando ser humanos.
“Lo que llamamos cubos, también tenían otras formas. El aire quemaba en esa zona, dando la sensación que nuestro sol no es el mismo que el de allí. Tomé coraje y decidí acercarme. Durante el camino el suelo era una mezcla entre vida y muerte. Como si la naturaleza se esforzara por resucitar.”
“Cercano a los cubos, en el aire aparece un rostro. Pues no sé si es un hombre, una mujer o un niño. Se desarma como si fueran pedacitos en el cielo, parecido a las nubes. No desvanece como nosotros al dejar esta vida. Se puede ver detrás y al mismo tiempo ver ese rostro.”
Aimé comienza a entender que la forma de ver el mundo de esos seres parecidos a ella es diferente. Así expresa que “sus espíritus salían de sus cabezas” Siendo testigo de que ya no podían tener control de sí mismos.
“No comprendo lo real de lo que no lo es. Lo vivo de lo que está muerto. Ofrecen cambiar la mente a los de abajo con la promesa de ser superiores. Pues en mi corta estadía aquí, entiendo que aquello es robarle su espíritu humano.”
© Arq Candela Sorribas 2023