Mi recorrido en la arquitectura
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Cuesta encajar las piezas a la hora de querer completar una historia. Sobre todo si la misma es relatada de manera inconclusa, no por mera casualidad. Más bien, con la intención de que el espectador se quede pensando en cómo será el siguiente capítulo. O quizá, si habrá algún final.
Tardé un tiempo en escribir este artículo. Hay momentos ajetreados, principalmente en épocas previas a días festivos. Hoy, hago una especie de carta pública para, en cierto modo, regalar otras de las piezas de un relato que se irá completando con el pasar del tiempo.
Considero que el arte es un medio; en el cual, lo que no se puede cambiar, se interpreta y se completa transformándose en lenguaje. A veces, la realidad se convierte en una especie de inframundo, siendo la única manera de salir a través de la mente. Ella produce imágenes; para que luego, una fuerza motriz que se resume en una mano, traslade ese mensaje y solvente el daño que genera vivir en el territorio del libre albedrío.
¿Podría ponerme a modo de juez frente a las decisiones de los demás? Simplemente, me respaldo en la aceptación de aquello a lo cual, como humano individual y habitante de este mundo, no podré cambiar. Por lo que el fin, de que ciertos trazos quedaran grabados, surgen desde la imposibilidad de resolver problemáticas que superan mis capacidades.
¿El futuro de Aimé se aleja bastante de nuestro presente? Aimé no tiene opción de entender el pasado a través del relato. Nos cuenta a través de sus escritos y pinturas, cómo es ese pasado relatado, y también cómo es parte de su presente. Es así, que el espectador también debe adecuarse al relato y generar en su imaginario como es ese mundo que en la línea de tiempo no está tan lejano.
Hay escritos que no se han revelado, así como también hay pinturas que aún están sin salir de su caja. Porque no tengo tiempo. Y no me refiero a la cantidad, más bien al hecho de que la historia seguirá no solo en los papeles, sino que los capítulos siguientes o el final, lo completaran ustedes en este presente. Es una historia real, por más distópica que parezca, ambos tiempos y hechos están enlazados.
Agradezco enormemente a quienes se interesaron en la obra, y me han escrito para saber más. Porque los escritos son un tanto ilegibles, o porque no han llegado a leerlos, o tal vez, querer compartir con amigos. Por este motivo, transcribo algunos escritos de Aimé junto a las obras.
Si querés acercarte a ver la obra Atardecer Rojizo la misma está expuesta los días Lunes, Martes y Miércoles de 19 a 21 horas, en Hotel Solans Riviera, Calle San Lorenzo 1460, ciudad de Rosario.
El rey, bellísimo felino, melena y mirada penetrante, atrae a cualquier presa. Por lejos se ve manso, aunque en su proximidad podríamos ser carne en sus colmillos. Gran fórmula para describir el peligro que mis mayores me han dado de legado. Es que hoy, renunciamos a lo llamativo, a lo extraordinario. No fue buena idea de quienes se acercaron a las aguas rubíes, solo murieron de curiosidad. Tampoco basta el mensaje de peligrosidad. ¿Ver las consecuencias para creer?
El color de la naturaleza se tornó ácido. Ver el reflejo de nuestros rostros, nos hace sentir más cercanos a la muerte, pues el agua ya es rojiza. En las pequeñas porciones que la componen, están los viajantes de un veneno que se hace ver. Las montañas tenían en sus valles abundante agua cristalina. Muchos tuvieron el beneficio de hundir los pies y saltar sobre las piedras, como si de un juego se tratara. Pero vinieron los gigantes a pisar fuerte, dejando profundas huellas en nuestro suelo. Desde ese momento los pequeños cristales pasaron a ser pequeños rubíes. ¿Quién quiere tragar sangre?
La humanidad dejó de nutrirse para sentir un solo sabor de cultivo. Rectángulos y rectángulos de lo mismo. Las mismas raíces que penetraban el suelo, robo la vida de muchos seres.
Líneas rectas, paralelas; eran la firma en el territorio de la desnaturalización de la siembra. Los gigantes metálicos ocuparon el lugar del las manos en la labor del suelo.
Pequeñas y con lenguaje fino, formadas en una organizada comunidad, dadoras de vida. Aún no vinieron a visitarme. quizá se están reorganizando. El origen del único alimento hizo que se fugaran y buscaran variedad de colores y movimiento en las formas. Son amigas de muchos seres enraizados, su libertad está en el aire. Endulzaron a la humanidad y hoy vivimos en la amargura de si la volveremos a encontrar. Comer todos los días lo mismo, es la muerte. Las líneas desarmaron la diversidad. No entendimos el lenguaje de estos seres con alas, viajeros de la abundancia.
No estoy mostrando manchas negras, ni rastro de tinta de forma accidental. Ellos eran parte de la tierra, se alimentaban de hierbas. Un día las gotas del cielo dejaron de caer. El suelo ardiente dio a luz la primera llama. Ese fue uno de los desastres que los humanos no supieron interpretar como mensaje. Ya estaba entreabierta la puerta de nuestro presente. Hoy no tengo la dicha de imaginarme el pasado, más que por medio del cuento de mis generaciones anteriores. Esos seres calcinados, rumiantes y parte de una gran cadena de vida, no hicieron más que darnos un gran aporte a nuestra humanidad.
En las praderas de la terra argentea, los bordes de los ríos eran verdaderos paisajes. Los mismos se presentaban como una línea verde acompañando el agua dulce. Mostraban el último hilo de prosperidad. Hoy el verde está prohibido, nos han negado cualquier posibilidad de reconstrucción. También estaban esos cubos grises, en donde nuestra presencia humana predominaba junto a otros seres sin habla, privilegiados que fueron adoptados como hijos humanos. En los cubos preocupaba más el humo que intoxicaba poco a poco nuestros pulmones. No importaba las millones de muertes de los seres sin habla, provenientes de las aguas marrones, de las praderas, de lo más alto del cielo. La línea verde se estaba acabando, la velocidad de la vida de nuestra especie, era otra a la de hoy. Importaba lo fugaz, no importaba el mañana.
© María Candela Sorribas, 2022
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